Creo fielmente que todos en determinado momento de nuestras vidas nos hemos puesto una careta. No es fácil ir por el mundo siendo auténtico o transparente en una sociedad donde existe una gran cantidad de personas que prefieren vivir en un entorno de mentiras por encajar en determinado segmento social. También hay quienes lo hacemos sumergido en el dolor. ¡Es mi caso! Pero, ¿A quien creemos que engatusamos? A nosotros mismos, que sufriendo nos sumergimos detrás de una máscara que esconde una realidad de sentimientos, de dolor, vergu¨enza, tristeza, pesimismo, impotencia, miedo, rechazo, odio, ansiedad y soledad. También hay quienes la usan para exhibir éxito, felicidad, estabilidad, alegría y popularidad. En verdad, a muchos les resulta muy difícil mostrar lo que sienten, decirles a los demás lo que son y dejar ver su verdadera identidad.
¡Hay variedad!
Yo, conozco bien la máscara de la “felicidad”, esa que se usa con una amplia sonrisa, la suelo mostrar cuando el dolor me calcolme y hay que continuar. Sin embargo, es imposible ponerme la de hipócrita. Me he puesto un antifaz ante la pérdida, lo he hecho como un personaje que he adoptado a mí de acuerdo a las cirscuntancias que he tenido que enfrentar, el momento que esté viviendo y donde no quiero poner de manifestado mis emociones, ni mis pensamientos, mucho menos mis acciones. Y estas juegan un papel importante, porque es de ahí que nacen los disfraces. Lo que no debemos permitir es que se vuelvan permanentes, sino saber identificarlos y trabajarlos, para que en sus usos no ocultemos un sentimiento que nos derrumbe o mostremos una bonanza que no existe.
Una máscara para cada uno.
En estos tiempos una gran parte de las personas que conocemos suelen llevar una máscara invisible, donde esconden sus verdaderos sentimientos y buscan aparentar ante los demás un “yo” inexistente, sin originalidad, cargado de falsedad. Las caretas en muchos de los casos, pueden ser reciclables y las elegimos ante determinadas personas o situaciones. Un ejemplo palpable en estos días son nuestros políticos, también se puede apreciar en jefes y hasta en nuestros familiares, que ante los demás suelen comportarse de una manera y en privado de otra, dándonos la oportunidad de identificar sus máscaras.
Yo te digo:
¡No la uses, vive tu realidad, si es de duelo, llóralo. Si es de dolor, vívelo. Ponernos una máscara no sirve de nada. Todo tiene su tiempo y todo pasa. Un antifaz, no solo ocultan el rostro, también guarda una parte importante de nosotros, que al no dejarla salir nos destruye, nos corroe y nos mata. Nada es tan valioso como vivir sin pretensiones, ni dobleces. Dejemos el disfraz para las fiestas de carnaval, el cine o el teatro. “Al llevar por tanto tiempo nuestros disfraces, al final acabamos olvidando quiénes éramos debajo de ellos”. Lo ideal es aceptarnos tal cual somos, sin importar lo que estemos viviendo.
¡Con el favor divino nos leemos la próxima semana!
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